De lo que el tiempo hizo/hará con nosotros dos.
MADERA
Suave como la superficie de un lago en el agosto más ardiente. Al tacto se diría que todavía le queda polvo del que le sacó la lija más fina. Por la mano penetra un olor tan dulce que vulnera, consciente, las capacidades más básicas de la razón. Huele a agua entre los dedos, sabe a nudos, y se pega, como la resina que se vuelve loca por escapar. ¿A quién le importa el hierro de los clavos si entran suaves, de un solo golpe? El grito del roce en la parte trasera de la oreja, deja mudo al óxido domado y oculto en una ilusión que se cree sangre. La mirada es tan suave que los dedos tocan, de dos en dos, el desierto sin dunas que parece no tener fin, ante un amanecer perpetuo e inconsciente.
LADRILLO
Firme y presente como la imagen de un Dios que no admite respuesta. La lluvia que empapa pero no cala, indefensa, resbala. Suave calor de seguridad que nace del centro de algo que inventaron unos parientes de los que no queda más que las cuñas sujetando las puertas aquí y allí. Inmóviles y rojas rozan las manos y la espalda, con sabor a miel eléctrica y a suero. El primer pie que toma la decisión del segundo; el olor a paredes y a los otros. Rayas y cuadros formando rectángulos en los que los ojos se duermen con una sonrisa de lino blanco bordado en naranja, en amarillo y en marrón, con una aguja que no pincha.
PIEDRA
Fría, sin luz que la traspase en una noche de origen olvidado y con intención de no acabar. Dedos que hurgan en la grieta de una materia dejada atrás, buscan el dulce tacto del mármol, que refleja como un espejo, para sentarse y descansar. Como si jamás se hubiese puesto en pie, la distancia ha apartado el olor y el humo, el sabor a suave y escuálida cera. Hendidura espesa que invade las yemas y rompe las uñas con el eco de una sonrisa gastada, gastada, y gastada de nuevo. Superficie que la vista rehuye para no dejar huellas que lleven a un lugar que se vuelve translúcido, y que se quiere romper a base de saliva.
CEMENTO
Seco y mugriento, se desprende el tiempo en legañas inadvertidas. Huele a harina tostada y a claustrofobia entre los recovecos de una paz silenciosa que traiciona, como Bruto, con cuchillos de tres filos. Lentas y calladas, las navajas horadan y se dejan el filo amargo en la lengua de las horas. Astros que cruzan y se vuelven a esconder en marismas y páramos, ahogados de insectos que farfullan sin parar como calles desordenadas y amarillas. Brisas que dejan un regusto a balas sin marcha atrás que se consumen hasta llegar al otro lado de una víctima que no va a morir. De cerca el tacto sabe a suciedad y a escaleras, a tierra quemada.
ARENA
Blanda como la ceniza que suspira entre los dedos de un puñado de niños. Sirena que rompe el ruido del silencio con palabras en idiomas olvidados o jamás aprendidos. Quema, abrasa, ahoga el sabor a niebla que no se deja respirar. Con la sensación en las palmas de que no hay nadie, los dedos aprietan hasta olvidar que la carne es carne, locos por romperse sin tregua. Un gris que envidia al negro, rebota en las pupilas que brillan hacia otra parte. Entre palabras solas, sin pronombres, huele a vacío, a nada; a la nada de siempre; al siempre que fue todo.
– Me he cortado en la mano.
– Deja, que yo te curo.