De Hattie, de Viola y de un Óscar.
Hattie McDanield no se hubiese sorprendido la noche del 26 de febrero de 2017 cuando Viola Davis subió a recoger su Óscar a la mejor interpretación femenina de reparto por Fences, convertida en una de las estrellas de la noche, porque ella misma contribuyó a ese momento. Aquella noche muchos volvieron la vista atrás al 29 de febrero de 1940 con la intención de compararlo con la proeza de la propia Hattie en el mismo apartado de los premios de la Academia por Lo que el viento se llevó, y así cerrar el círculo, pero las diferencias entre aquel 1940 y 2017 tienen una huella más profunda.
Mientras en 2017 Viola Davis recogió su estatuilla partiendo de la primera fila como una de las estrellas de la gala, en 1940 Hattie McDanield tuvo que hacerlo desde una mesa aparte, al fondo de la sala y junto a la pared. El propio David O. Selznick, productor de Lo que el viento se llevó, tuvo que pedir como favor personal que la dejasen entrar en el hotel ya que el Coconut Grove Nightclub del Hotel Ambassador, donde se celebró la gala, no permitía la entrada a personas de color y seguiría sin hacerlo hasta 1959 cuando las leyes de segregación se anularon en California.
Segura, emocionada y discreta, como alguien que sabe que está en un lugar que le resulta hostil, las grabaciones nos muestran a MacDanield como la primera actriz afroamericana en recibir el Óscar, o al menos en posar junto a ella para la prensa, ya que todavía en aquellos años, los actores de reparto y muchas otras categorías no recibían una estatuilla sino que se llevaban a casa una placa conmemorativa.
Segura y emocionada también vimos a Viola Davis 77 años después, pero esta vez la discreción no era necesaria en una sala que ya no le era hostil sino que se rendía ante ella. Favorita casi desde antes de estrenarse la adaptación de la obra que ella misma había defendido en Broadway, y consciente de que la Academia quería saldar una deuda, fue la estrella de aquella noche y su foto ilustraría los periódicos de la mañana.
Dicen las crónicas que Hattie McDanield se presentó en la oficina de David O. Selznick cargada con una buena recopilación de las críticas extremadamente positivas que había recibido su interpretación, para que este la propusiese a la Academia como meritoria de una nominación. Indagando en su biografía no parece, ni mucho menos, un episodio imposible ya que fueron muchos los momentos en que tuvo que luchar por sus derechos y lo hizo con coraje. Lo importante, en todo caso, es que no fue únicamente la primera actriz afroamericana en ganar un Óscar, sino que también fue la primera en ser nominada y que tuvo, incluso, que luchar por ello.
Desde el propio colectivo afroamericano se ha criticado, y se sigue criticando, a Hattie McDanield y a películas como Lo que el viento se llevó, por el juego al que se prestaban sus numerosos papeles de criada en la perpetuación del estereotipo negro al servicio de los blancos. Sin embargo, Mcdanield peleó hasta llegar a la Corte Suprema para comprarse una casa en un barrio que pretendía estar reservado solo para blancos, peleó por integrarse en el Hollywood de los años 40 hasta convertirse en una estrella más, y hasta peleó tras su muerte dejando escrito que quería ser enterrada en el Hollywood Cemetery, también reservado para blancos en aquel momento, algo que no consiguió, pero que llevó a sus descendientes a seguir luchando hasta que en 1999 consiguieron colocar un monolito conmemorativo a pesar de dejar sus restos, por decisión de la familia, en el lugar donde fueron enterrados en 1952 en el Angelus-Rosedale Cemetery.
Los Premios de la Academia apenas tenían 10 años de vida en 1939 cuando se rodó Lo que el viento se llevó y los papeles para actores negros eran de escasa relevancia hasta esa fecha. Lo realmente llamativo es que harían falta otros 10 años para que otro actor afroamericano volviese a ser nominado. De nuevo volvió a ser una actriz, Ethel Walters en Pinky, estableciendo así una tendencia en la que claramente las actrices de reparto han sido las más reconocidas, y sin embargo ninguna consiguió la estatuilla en 50 años hasta que en 1991 Whoopi Goldberg volvió a subir al escenario gracias a Ghost.
Las actrices afroamericanas en un papel principal hicieron un recorrido distinto y casi más sorprendente. Tardaron en llegar, ya que la primera nominada fue Dorothy Dandridgeen 1954 por Carmen Jones, pero más destacable es el hecho de que desde este año hasta 1972, ninguna fue ni siquiera nominada. No resulta algo difícil de explicar, sin embargo, ya que no se trata de una discriminación de la Academia a la hora de ser nominadas, sino del propio sistema, puesto que hasta los años 70 eran pocas las películas en las que un personaje femenino y afroamericano fuese protagonista. Incluso en la actualidad el número de actrices negras con un papel principal no es elevado, sobre todo fuera del circuito independiente, y muestra de ello es que únicamente Halle Berry (Monster’s Ball) ganó en esta categoría en 2001 y las nominaciones han sido escasas.
El periplo del género masculino de raza afroamericana por los Premios de la Academia también muestra la diferencia entre estos y sus compañeras, ya que aunque tardaron más que ellas en ser nominados (hasta Sidney Poitier en 1958 por Fugitivos y en 1963 por Los lirios del valle, ningún otro había sido nominado), pueden presumir de que en su segunda nominación, Poitier se llevó el Óscar a casa en la categoría de mejor actor protagonista.
Habitualmente se dice que el Óscar de Poitier fue el primer Óscar que recibió un actor afroamericano y no es del todo así, ya que fue James Baskett quién en 1948 recibió el primer Óscar por su interpretación en Canción del Sur, película producida por Walt Disney en la que se mezclaban actores reales con personajes animados y que mereció un premio especial de la Academia para su protagonista. Curiosamente también en esta película aparecía Hattie McDanield y resulta llamativo que hoy en día esté considerada como una película racista y haya sido prácticamente olvidada y borrada de la filmografía Disney.
Los actores secundarios no aparecen en las nominaciones hasta 1969 y 1981, algo que se explica si pensamos que la mayoría de las actrices secundarias nominadas antes de estos años tenían papeles de criadas y, aunque discretos, eran más abundantes e incluso más agradecidos que los que pudiesen encontrar los actores masculinos.
De todas formas, quedarnos únicamente con los números y las fechas hace que podamos hacernos una idea algo distorsionada de la realidad. No debemos despreciar en ningún momento el paso que dio la Academia en 1940 al elegir a McDanield. Es cierto que en 1939 Lo que el viento se llevó tenía que arrasar en los premios de la misma forma que lo había hecho en la taquilla y en la propia sociedad americana que ya había devorado el libro de Margarett Michell poco tiempo antes, pero también es cierto que eso no era una apuesta segura, ya que la película contaba con dos actrices nominadas en la categoría de actriz de reparto y, además, nadie hubiera reprochado a la Academia haber elegido la otra opción, Olivia de Havilland, puesto que su papel de Melania roza la perfección tanto como la propia Mummy.
Faltaban entonces 77 años para que Viola Davis formase parte de lo que se etiquetó como la ceremonia más afroamericana de la historia, que no respondía a otra cosa más que a los cambios que la propia Academia hizo en sus normas a la hora de elegir a los nominados tras las críticas del año anterior en el que su presencia estableció mínimos no vistos desde hacía años.
Si nos detenemos un momento en el aspecto demográfico, a pesar de que sus reivindicaciones se oyen mucho más que las de otros grupos étnicos de EEUU y de que su situación en el país ha sido tremendamente maltratada prácticamente desde el establecimiento de las Colonias, hoy en día los afroamericanos no constituyen ni siquiera la primera minoría étnica del territorio. Tras el incremento de latinos en las últimas décadas, la población negra ha pasado a ser la segunda minoría con cerca de un 13% de la población. Si estos datos se pudiesen aplicar directamente a la industria del cine, tendríamos que hablar de una representación mucho menor de la que tienen actualmente y otros grupos étnicos tendrían que aparecer mucho más en las nominaciones de cada año, sin embargo, debemos saber que la realidad de Hollywood no es la del país entero. El tejido de afroamericanos en la industria del cine es mucho mayor que la de otros grupos y, sobre todo, tiene un mayor asentamiento y una historia más larga, como también lo tiene en la sociedad en general y, por tanto, una mayor exigencia de ser reconocido. De hecho, habitualmente nos centramos en los actores como cara visible del conjunto, pero si nos adentrásemos en otras categorías podríamos ver como los afroamericanos apenas aparecen en ninguna categoría técnica hasta los años 60 y 70 cuando empiezan a destacar únicamente en el apartado musical (canción y banda sonora) y con pesos pesados de la industria de discos. No será hasta los años 70 u 80 cuando se generalice el reconocimiento en muchas otras categorías técnicas, y no es porque no existiesen representantes. Hay apartados, como el de mejor director, que todavía no ha alcanzado el Óscar a pesar de haber estado rozándolo en muchas ocasiones.
Como todos los actores afroamericanos, Viola Davis también ha compaginado su propia trayectoria como actriz con la lucha por los derechos y por el reconocimiento del colectivo afroamericano. Los actores de más edad, lo hicieron por los derechos civiles, pero desde la distancia parece que esto es algo que quedó atrás hace mucho tiempo y que hoy ya deberíamos estar luchando únicamente por una igualdad que está cerca de conseguirse. EEUU en los últimos tiempos está viviendo una serie de episodios que claramente muestran lo contrario. Las tensiones raciales están lejos de desaparecer, sobre todo porque cada vez más están ligadas a tensiones de carácter económico y de clase social. Por esto y por más cosas es por lo que una noche como la de Viola Davis no pone punto y final a nada, ni significa más que un mero paso en el reconocimiento de los derechos de todos aquellos profesionales de la industria que nunca vieron reconocidos sus méritos únicamente por el color de su piel.
Volveremos a ver a una actriz afroamericana recogiendo un Óscar, y es muy posible que volvamos a sentir ese regocijo, ese sentimiento de satisfacción que recorre la sala cuando una de ellas salta de su asiento. Es difícil que en esos momentos que están por venir la afortunada deje de acordarse de aquella mujer de grandes labios y mayor tenacidad que en 1940 posaba discreta ante los reporteros. Hemos asistido al casi pavor a tocar la estatuilla de Whoopi Golberg en 1991, curiosamente ofrecido por otro afroamericano, Denzel Washington, que había emocionado un año antes por su papel de reparto en Glory. También hemos sentido la emoción de Jennifer Hudson en 2007 (Dreamgirls) y los temblores de Octavia Spencer en 2012 (The Help). Puede que también hayamos llorado con la elegante encarnación de un nuevo Hollywood que quizá sea, encarnado por Lupita Nyong’o en 2014, cuando recordó todo el dolor de su raza sobre el que descansaba su felicidad de aquel momento. Puede que algún día ya no sea necesario, pero hasta entonces, cada vez que suceda, volveremos a sentir un latigazo eléctrico similar al de estos momentos como en el que Mo’Nique, preparada y consciente de ser la favorita, no solo agradeció y reconoció el mérito de Hattie McDanield en su discurso y posteriormente en sala de prensa, sino que se enfundó en un vestido del mismo “royal blue” que lució la intérprete en 1940 (que muchos no pudimos reconocer hasta que lo explicó ella misma por el blanco y negro de las fotos y las antiguas grabaciones) y lució gardenias en su recogido, igual que lo hizo McDanield en el Coconut aquella noche.