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De un caballo de acero y humo.
Aquella primera vez, respirabas la ciudad como quien golpea pedazos de hierro para doblegarlo y no sucumbir bajo sus fauces. Pasabas la mano por tu garganta como si el gesto te ayudase a tragar el sabor ingrato de un lugar tan robusto que costaba acariciarlo.
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De no volver.
Volver atrás siempre fue una opción. Si te lo hubieras encontrado una tarde al volver a casa, te habría dicho que no, pero desembarazarse del estoico sentimiento del deber que se le pegaba al cuerpo con una viscosidad desagradable, siempre había resonado en esa parte trasera de la mente donde guardamos las cosas inútiles cuando no sabemos que hacer con ellas.
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De las cenizas de una tormenta.
La tormenta había cambiado todo. Las imprevistas nubes de plomo habían engullido el calor vespertino y habían regurgitado un bochorno áspero y con un respirar complicado. Apenas una hora había bastado para que el rumbo de miles de pasos se detuviese por unos instantes y jamás volviese a encontrarse. Todo eran dudas, todo era vapor de un chapoteo filtrado a las entrañas del hormigón. De repente, todo era gris. Así es como una pareja cualquiera, en un bar que hacía esquina, interpretó la tarde. La tormenta, tan anodina como cualquier otra de aquel verano insípido o de otro al azar, había electrificado sus planes.…
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De la hierba y de unos ojos.
Respirar cerca del suelo me ayuda a engañar a los pulmones. Modosos, como flotando en anestesia de estraperlo, creen estar en otro lugar. También he engañado a mis ojos. Ver diversos tonos de verde y nada más que verde, ha creado la ilusión en lo más profundo de mis modestas pupilas de que he reptado a otro mundo más allá. Mis entrañas, sin embargo, son mucho más difíciles de engañar. Hundidas y maltratadas, han desarrollado la percepción sublime del que no aguanta más, del que se jura cada vez que será la última, y del que se cansa de respirar. Dormidas, aplastadas contra una realidad…
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De la culpa y de unos pies descalzos.
La última vez que te escuché reír pensé que iba a ser la primera, que dormiríamos juntos y que al día siguiente yo sería alguien. Mañana seré alguien, pero todo lo demás nunca pasó. Me dí la vuelta y allí no había nadie. De nuevo, al mirar de frente, tampoco vi a nadie. Te fuiste y la ciudad se fue contigo. El tiempo y el viento, todo se fue. Famélico y sucio, envuelto en un ruido atroz, salí de allí como pude. Pasaron tres días en los que no me encontré ni te encontré. Tampoco lo encontré a él, pero sabía que estaba, como dios que es, en…
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De arrugas y de volver a empezar.
Al sentarse, una descarga de libertad sacudió su cuerpo desde lo más profundo de sus entrañas hasta la fina superficie de aire que rodeaba su piel. En ese momento, mientras miraba a la gente que tenía alrededor y que de nada conocía, se planteó, casi sin darse cuenta, que estaba ante un punto y aparte. En realidad estaba ante una mayúscula y en otra línea, porque el punto y aparte ya lo había dejado atrás con un portazo al salir de un apartamento que ya no consideraba suyo desde hacía días. Bajando la escalera y sin saludar al portero, decidió no…